martes, 16 de diciembre de 2008

La hegemonía demencial

Santiago Quintero

La adicción al poder es como la hipertensión arterial. Peligrosamente silente, acecha en cada momento a la vida del individuo y a la vida de la sociedad.Porque en el fondo, tanto la salud individual como social no admiten excesos, so pena de morir.

Venezuela conoce de hegemonías demenciales. Tiene sus marcas en el inconsciente colectivo, como diría Jung. Más de una vez, le infartaron la vida a la República.

Los tiempos de Guzmán Blanco, Crespo, Castro, Gómez y Pérez Jiménez están allí. Con su fauna de acólitos, con sus esbirros, con sus eternos aduladores que se aprovecharon de la falta de cultura democrática del pueblo para esquilmarlo. Robaron hasta la saciedad el erario público.

El caso de Guzmán Blanco es patético. Al morir, el tirano ilustrado, que cambió la Constitución cuantas veces le dio la real gana para mantenerse en el poder, tenía en su haber personal mas de la mitad del tesoro nacional.Así financiaba sus refinados gustos. Le construyó un Panteón al Libertador, pero pronto le hizo acompañar de cuanto bandolero había convertido en héroe nacional con la fábula sangrienta de la Guerra Federal, de la cual fue amanuense oficial.Así disfrazaba el robo al Pueblo de sagrada virtud. De hecho, simuló varios partes de guerra donde aparecía como el mas valiente oficial al frente de los ejércitos de la Federación, cuando en realidad en vez de un fusil, lo que empuñaba era la pluma del tintero, con la cual distorsionó la realidad y creó falsas reputaciones, entre ellas la suya, que sin ser militar llegó al generalato disfrazado y llenándolo de condecoraciones le reconoció como tal.

De esta manera Bolívar, después de muerto, tenía que soportar que cuanto villano se asomaba, adoptara su nombre para esclavizar al Pueblo que él liberó de la tiranía. Porque aquél que se eterniza en el poder, hace todo lo contrario que El Libertador. Lo esclaviza.

El tirano Guzmán Blanco celebró el Centenario del Nacimiento del Padre de la Patria con toda pompa. Detrás de la parafernalia bolivarera, el tirano hegemónico que se hizo reelegir una y otra vez, hacía sendos negocios con el dinero de aquél país empobrecido, sin salud, ni educación. Un país que tuvo mas de un siglo bajo la bota de militares y caudillos de utilería, unos mas oscuros y mediocres que otros.Nada bueno salió de eso.La infame soldadesca que entraba a gobernar, robaba mas que la anterior y las instituciones se postraban ante ese poder militar corrupto que lo manejaba todo.

El soldado se creía con el derecho de propiedad que le otorgaba el uso del arma.La Federación no fue mas que un bochornoso acto de expropiación del mundo civil en nombre del Pueblo, a quien nunca se le reconoció propiedad de sus bienes.El militar despotricaba del civil porque aquél no tenía armas.Era un ser inferior. El mundo era de los cobardes que solo tenían las armas que los envalentonaban en los cuarteles, en el pensamiento y en el corazón como Carujo y Obando, auténticos magnicidas noctámbulos disfrazados de revolucionarios patria o muerte.

Los venezolanos de valía fueron execrados. Vargas, Bello, Rodríguez, Fermín Toro, Juan Vicente González, Rafael Pocaterra, Arturo Uslar Pietri. Todavía existe gente, gente de baja ralea, gente con poder y sin él, iletrada y primitiva, que denigra de sus grandes venezolanos civiles. Y lamentablemente, el Pueblo en su crasa ignorancia, sigue creyendo en sus pseudo héroes uniformados, bizarros personajes a los que se atribuyen las victorias, pero que llevan consigo la enfermedad congénita de querer perpetuarse en el poder.

Hay, por supuesto, excepciones. Bolívar, Soublette, Medina Angarita. Antes que militares, eran grandes ciudadanos.No robaron el erario público y fortalecieron las instituciones.Pero de ellos han vivido los ruines, los rábulas y sus sátrapas, que quieren eternizarse para esquilmar indefinidamente al país.Siempre dispuestos a levantar una estatua al Padre de la Patria, a beberse sus huesos en una endiablada infusión de hechicería, para mantenerse inmortales como tiranos de la Nación que aquellos dignificaron con su ejemplo.

El que se reelige indefinidamente, el que encadena servilmente a las instituciones a su demencial egolatría, es un secuestrador del futuro, de los jóvenes, de los niños y un castrador de la libertad de mujeres y de hombres, que deben optar por la vida o seguir esclavizados por el grito de guerra impenitente de la bota opresora en su infame pretensión de hegemonía eterna.

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