"Puesto que el odio, la tontería y el delirio producen efectos duraderos, no veía por qué la lucidez, la justicia y la benevolencia no alcanzarían los suyos"
Memorias de Adriano
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De esa forma, el país nacional, particularmente aquellos sectores que se pretenden independientes de todo compromiso con la república y la democracia y que según últimos datos constituyen una buena mitad de la población, debieran rendirse a la evidencia de que nuestros urgentes problemas no sólo son susceptibles de solución, sino que sólo pueden serlo abandonando todo discurso confrontacional, liquidando los absurdos delirios caudillescos y seudo revolucionarios de un proyecto trasnochado y asumiendo la solución de los problemas nacionales con objetividad, seriedad y experiencia. Si éste es el gobierno de que son capaces los altos mandos de nuestras fuerzas armadas, hay que imaginarse a qué patéticos desastres nos llevarían si condujesen una guerra. Pero la conducción de los asuntos públicos no es asunto de charreteras o cachuchas, no importa el color de que se revistan. Como quisiera demostrarlo y parece haberlo hecho Henry Falcón en Lara, poco importa si los gobernantes participan de tal o cual ideología siempre y cuando sean civiles y responsables: la basura, el crimen, la carencia de viviendas y los graves problemas de tránsito público no se resuelven con citas del Ché Guevara y Mao Tse Tung o entregándose en brazos de bizarras y moribundas dictaduras marxistas: se resuelven con inteligencia y capacidad creadora. Una enseñanza que debiera grabarse a sangre y fuego en el cerebro del joven e inexperto alcalde Jorge Rodríguez, que en lugar de sumarse al esfuerzo por unificar criterios gerenciales para enfrentar unidos los graves problemas de la Gran Caracas, bajo la coordinación del gobierno metropolitano, insiste en el nebuloso, tétrico y desfasado discurso confrontacional del pasado. Está solo. Insiste en seguir estándolo. Cava su propia tumba.
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Capítulo especial merecen quienes lucharon por conquistar sus espacios regionales y no pudieron coronar con éxito sus esfuerzos por diversas razones que no es del caso mencionar. En tal sentido, a grandes figuras opositoras como Andrés Velásquez, Enrique Mendoza y Leopoldo López, a Stalin González y a Yon Goycoechea, así como a quienes se han convertido en factores esenciales en la alianza democrática desde las filas de la disidencia – Ismael García, José Luis Molina, María Isabel Rodríguez, Raúl Isaías Baduel, Jenny Manuitt, entre otros – les corresponde un lugar de honor a la cabeza de la resistencia contra el golpe constitucional de febrero. Son el eslabón que une el pasado con el futuro. Cae sobre sus hombros la pesada responsabilidad de cautelar el tránsito pacífico, constitucional y, si fuere posible, electoral, hacia el pleno restablecimiento de la institucionalidad democrática y la reconciliación de todos los venezolanos.
Las fuerzas del NO constituyen la columna vertebral de la sociedad futura: en ellas ya está en acción la fuerza del cambio y la transición.
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A nuestro modesto entender, la crisis del sistema de dominación que acompaña al gobierno de la Unidad Popular se produce en un país perfectamente vertebrado, con un aparato de Estado tan sólidamente establecido y una sociedad civil tan jerarquizada, que las instituciones y los grupos de prisión fueron estructural, medularmente incapaces de resolverla políticamente. Venezuela, en cambio, precisamente por la naturaleza gelatinosa e invertebrada de su aparato de Estado, la extrema movilidad social que la caracteriza y la tolerancia de que hacen gala sus grupos y elites dirigentes ha podido vivir esa y muchas otras coyunturas traumáticas, sin caer en el abismo del enfrentamiento brutal. Lo mismo sucede a nivel ideológico: en Chile, el enfrentamiento político fue asumido con un fanatismo y una entrega totales, siguiendo incluso los parámetros de la guerra civil española. Tras esos mil días de gobierno, la Unidad Popular había crecido en todos los ámbitos y ni uno solo de sus dirigentes había abandonado el barco extraviado en el siniestro curso de la guerra de clases y el marxismo leninismo. En Venezuela, en cambio, ya a los mil días de gobierno los operadores fundamentales del régimen, entre los cuales Luis Miquilena, habían abandonado el proyecto bolivariano por estar en desacuerdo con la radicalización que se propugnaba desde Miraflores.
Visto metafóricamente, Chile es un roble que no resiste tempestades: se resquebraja en sus raíces. Venezuela es un bambú, capaz de resistir los mayores embates gracias a su elasticidad y juego de fracciones. De allí la explicación de nuestra esperanza: Chile debió caer en manos de la dictadura como último recurso. Venezuela puede resistirla hasta su último extremo. Podríamos y debiéramos plantearnos el desideratum histórico de superar este trágico decenio sin derramamiento de sangre, de manera pacifica y consensuada. Caso de no lograrse, la responsabilidad por cualquier salida traumática recaerá única y exclusivamente en el régimen. Es bueno tenerlo presente.
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La oposición ha de estar preparada a todo evento: tanto a asumir las riendas del gobierno en un caso de vacío de Poder y de grave estado de excepción como a avanzar progresivamente hacia la reconquista y copamiento de todos los espacios del Poder de modo a alcanzar el 2012 en las mejores condiciones. En este último caso, que reconocemos como ideal, debiera preparar la unidad nacional para un glamoroso éxito electoral en las elecciones parlamentarias del 2010. Llevando a la Asamblea a la mejor representación imaginable: los mejores intelectuales, gerentes y cuadros políticos de dirección, llenos de juventud y de ideas. Para volver a ocupar el capitolio con nuestros mejores hombres. Ese parlamento debiera ser el ejemplo para la región y el orgullo de la venezolanidad.
Dios quiera seguir insistiendo en colaborar con nuestros hombres de buena voluntad. Salir de este oprobio sin traumas ni contrariedades sería un ejemplo de civilidad. A tal tarea debiéramos avocarnos con todas nuestras fuerzas.
http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3141163.asp
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