Por Humberto García Larral
Profesor de la UCV
Es realmente patética la recurrencia de Chávez -ad nauseum- al manido expediente del magnicidio y de la amenaza de golpe de Estado cada vez que siente el agua al cuello. Ahora son las revelaciones en torno al maletín de PdVSA que lo salpican cada vez más de cerca, la imputación de tres altos personeros de sus servicios de inteligencia como colaboradores del narcotráfico de las FARC por parte del Departamento del Tesoro estadounidense, pero sobre todo, la perspectiva de un serio descalabro en los comicios pautados para el 23 de noviembre, que llevan al Comandante en Jefe a invocar de nuevo los peligros que acechan al proceso “revolucionario” y a su propia vida, por liderar la heroica gesta contra el enemigo de la humanidad –el imperio. Sólo que esta vez, de tan necesitado que estaba de provocar una tormenta donde si acaso se asomaba una brisita, se le vieron enteritas las costuras. Fuera de sí, cual exaltado Führer en lo más apasionado de sus discursos nuremburguenses, sus neuronas sobre excitadas no pudieron sino vomitar unas cuantas ¡mierdas! Ahogado en una cloaca quedó el lenguaje redentor de las masas, de revancha histórica para engendrar al “hombre nuevo”. Definitivamente, se perdió la magia.
Pero a pesar de la escasa credibilidad de tan poco original sainete, de la reducidísima empatía que hoy genera entre los suyos su vocación de desinteresado mártir de los pobres, discrepo de aquellos que despachan el incidente con burlas. Aunque coincido con la interpretación de que se trata de un ardid para desviar la atención de las 26 decretos-ley aprobados entre gallos y medianoche el último día de la Habilitante y para insuflarle tensión “revolucionaria” a la alicaída campaña Pesuvista, el problema está en que, “de tanto que va el cántaro al agua…” ¿Y si los gringos, hastiados de tanta provocación, terminan homologando las apuestas que viene alzando Chávez infructuosamente -hasta ahora- en busca de su epopeya? No se trata de una invasión militar, apetecida con delirios cuasi orgásmicos por los más radicales opositores y chavistas, sino de la simple decisión de responder: “Mister Chávez, no es que usted no nos va a sell your oil, ¡es que nosotros no comprar más venezuelan oil!” Para tragedia de los venezolanos, los jerarcas de la Revolución Bolivariana siguen creyendo que tenemos a los yanquis a nuestra merced por su adicción al petróleo extranjero y que, por lo tanto, no son más que un inofensivo punching ball para que Chávez descargue en ellos sus odios. ¿Pero que tal si nos paseamos por la siguiente hipótesis?.
Confieso mi ignorancia supina en materia de asuntos de diplomacia, pero creo no errar demasiado al afirmar que el reiterado y provocador brinkmanship de Chávez pueda finalmente rendir sus frutos. Pero no será en una épica reedición de la Bahía de Cochinos, con Chávez montado en un Sukhoi dirigiendo las operaciones contra el invasor, sino en una descolorida decisión burocrática: colocar a Venezuela en la lista de países enemigos. Y entre enemigos, claro está, no se comercia. ¿Razones? Acumulemos lo del maletín, la complicidad con el narcotráfico faraco y con sus intentos por acabar con la democracia colombiana, y el abierto y flagrante anuncio de su intención a invadir a Bolivia “si derrocan al mío”, con la solidaridad para con las aventuras nucleares que pudiese estar cobijando su fraterno Amadinejad –actualmente el peor dolor de cabeza de Bush-, y, sobre todo, su empeño en propiciar una nueva guerra fría del lado de un imperio ruso redivivo.
En estas condiciones, no es concha de ajo venderse como localización de una base militar rusa bajo las narices (¡y las orejas!) de Bush. ¿Y si para peor de males, gana McCain, con la “barracuda” Palin azuzándolo? La amenaza comentada se torna aun más plausible si tomamos en cuenta una última variable que completa la ecuación anterior. Arabia Saudita acaba de señalar su indisposición a acatar un acuerdo de la OPEP que reduzca la actual producción de petróleo. Venezuela exporta actualmente, según el departamento de energía de los EE.UU., poco más de un millón de barriles diarios a ese país. La capacidad productiva adicional del reino saudí pudiera estar por encima de los 2 millones de barriles diarios, más que suficiente para suplir a Venezuela, actualmente cuarto en importancia en la lista de proveedores de crudo a la economía del norte. ¿No será este un momento propicio, en vísperas de la elección de un nuevo presidente en EE.UU., para renovar los votos de lealtad de la casa saudí a cambio de asegurar por cuatro años más la protección militar gringa? Y queda la interrogante, ¿Qué hará Chávez con el millón de barriles que ya no le quiera comprar el generoso imperio, cansado ya de financiarle sus insultos, bravatas y esfuerzos por desestabilizar el hemisferio? Desde luego, una decisión como la aquí comentada no la tomaría el Gobierno de EE.UU. de un día para otro. Requiere planificar el reemplazo de Venezuela como suplidor, con algún margen de seguridad. Pero apuesto doble contra sencillo que los gringos habrán de ser bastante más eficientes en enfrentar este desafío de lo que será el Gobierno de Chávez buscando quién pueda comprarle el crudo sobrante. El petróleo venezolano es, en su mayoría, pesado y ácido, con niveles no deseados de azufre. Las refinerías de EE.UU. están diseñadas para procesar ese crudo, dada la tradición de confiable proveedor que Venezuela siempre ha disfrutado pero que ahora Chávez se empeña en destruir. PdVSA ha tenido que ofrecer significativos descuentos a China para poder subir sus ventas a ese país a unos 300.000 barriles diarios, dados los costos de transporte y de adecuación de sus refinerías. De manera que no le quepa a nadie la duda, sea chavista o no chavista, que las víctimas de una interrupción del envío petrolero a los Estados Unidos seremos los venezolanos, no los gringos. Tomando en cuenta la destrucción de nuestro aparato productivo interno, cobijado bajo el manto de estar construyendo un “socialismo del siglo XXI” que sirve de coartada para que Chávez termine cogiéndose el país, podemos vérnoslas bien negras. Abajo un cuadro que resume el incremento de nuestra dependencia de las importaciones -¡la economía de puertos tantas veces denunciada!- mientras se engolosina el Gobierno pregonando el “desarrollo endógeno”, la “seguridad alimentaria” y otras sandeces. ¿De dónde saldrán los bienes que consumimos si cae drásticamente nuestra capacidad para pagar importaciones?.
¿Pero es que Chávez no entiende la enorme irresponsabilidad de sus actuaciones? ¿Es que no se da cuenta del enorme costo que habrá de sufrir la población venezolana, sobre todo los pobres a que tanto dice defender, de materializarse el peligro referido? ¿No es más sensato, para el país y para su “revolución” una actitud más prudente, como la de Lula, por ejemplo? El fascismo se ve compelido a propalar un estado de zozobra, de amenaza inminente, para justificar el llamado que hace el líder al sacrificio supremo en beneficio de la Patria. Con ello galvaniza a sus partidarios en torno suyo, acalla las críticas y legitima la represión de aquellos que dudan de su pregón, por “traidores de la patria”. Alimenta también el culto a la muerte –“¡Patria, socialismo o muerte!”- tan caro a quienes enarbolan la violencia como suprema virtud, limpiadora de las blandenguerías de la civilización burguesa, tan necesaria para redimir al pueblo de los vicios del capitalismo y parir al “hombre nuevo”. Más “justo” es inmolarse en el enfrentamiento con el enemigo de la causa, así se tenga que arrastrar al pueblo entero en esa acometida. Por demás, los jefes fascistas quedan fatalmente atrapados en su propia retórica e irracionalmente se ven compelidos a tratar de huir hacia delante cuando todo está perdido. Los que han visto la película “la caída” se habrán sorprendido cuando Hitler, fuera de sí por su ya inocultable derrota, lanza pestes al pueblo alemán y señala que bien merece que lo destruyan por no haber estado a la altura de sus grandes designios. Un poco más acá, tanto geográfica como cronológicamente, Fidel ofreció el sacrificio supremo del pueblo cubano –convertirlo en una versión ampliada de Hiroshima, sin siquiera haberlo consultado- para alentar a Kruschev a que no retirara los cohetes nucleares que había instalado la URSS en la isla, ante el ultimátum de Kennedy en 1962.
¿Acaso todavía hay quienes creen que Chávez realmente le importa “el pueblo”? ¿Qué no habría podido hacer, si así fuese el caso, con los enormes recursos que han entrado al país a lo largo de estos últimos años? Pero no desesperéis, existe una suerte de válvula de escape para evitar que la sangre llegue al río si los gringos se obstinan de las provocaciones del autoproclamado salvador de la humanidad y dejan de comprarnos petróleo: la historia nos indica que al “general recule” se le espantan los demonios histriónica y cuidadosamente cultivados cuando se da cuenta de que la cosa realmente va en serio.
Existe, lamentablemente, una segunda amenaza. Que Chávez le siga echando gasolina al fuego para crear un clima que “justifique”, a los ojos de sus seguidores, la suspensión indefinida de las elecciones y la adopción de medidas de emergencia, v.g., la conculcación de las libertades democráticas. Para ello, el único antídoto es la movilización popular para salirle al paso a este nuevo zarpazo y garantizar la consulta electoral. ¿Estaremos los venezolanos a la altura del reto que nos exige el momento? ¿Sabrán los chavistas democráticos asumir su responsabilidad ante el país de presentarse estas circunstancias? ¿Podrá el liderazgo opositor tender los puentes para que una mayoría sólida salga en defensa de la democracia?
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