Por Carolina Barros
Luiz Inácio Lula da Silva está molesto con su vecino Hugo Chávez. No es la primera vez ni tampoco será la última, dado el historial de desavenencias entre ambos. Aunque la sobreactuación del presidente venezolano durante la crisis boliviana y sus declaraciones del fin de semana sobre la necesidad de que América del Sur sea socia estratégica de Rusia rebasaron el límite de la paciencia del mandatario brasileño.
Hace dos semanas, cuando Bolivia entraba en una espiral de conflictos internos que podía -y aún puede- desembocar en secesión definitiva, desde el gobierno de Lula da Silva se propuso la mediación de los países del Grupo Amigos de Bolivia (Brasil, la Argentina y Colombia). Para remarcar la importancia de esa gestión, Brasilia enviaba a La Paz nada menos que a Marco Aurelio García, el hombre de confianza de Lula, y al vicecanciller Samuel Pinheiro Guimaraes.
No pudo ser. La influencia de Chávez sobre Evo Morales consiguió desbaratar esa iniciativa. Peor aún, el venezolano convocó a otro cónclave. Escudado detrás de las dos presidentes de la región -la chilena Michelle Bachelet y la argentina Cristina de Kirchner- logró que ellas convencieran a los socios de la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) de realizar una reunión de urgencia que se celebró en la tarde del lunes 15 en Santiago de Chile. Según confirmó a este diario una alta fuente de Itamaraty, Lula, visiblemente «furioso» con la jugada de Chávez, hasta último momento se negó a asistir a esa cumbre. Sólo accedió cuando supo que Morales sería de la partida y que el boliviano venía dispuesto a negociar con los cinco departamentos disidentes de su país. Era la tarde del domingo y, exitoso, parece, había resultado el frenético intercambio entre Marco Aurelio García y el vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera. En el duro documento final que emergió después de las cinco horas de reunión de la Unasur se descartó cualquier mención a EE.UU. o actores suprarregionales, como quería Chávez.
Tirantez en cambio, apenas en lo superficial pudo ablandarse la tirantez del brasileño hacia el venezolano. Es que en menos de 60 días hubo tres intromisiones gruesas de Hugo Chávez en asuntos hemisféricos liderados por Brasil. Se apareció como invitado de último momento en la cumbre de Riberalta (18 de julio, entre Lula y Morales) y en la bilateral económica de Buenos Aires a principios de agosto, cuando el brasileño desembarcó con 300 empresarios en la Argentina. La tercera de ellas, la de juntar la tropa de presidentes de la Unasur a espaldas de Lula, no fue tampoco la vencida. Durante el último fin de semana, el verborrágico líder de Venezuela puso otra vez el pie en el acelerador. «La cooperación con Rusia es indispensable para el desarrollo económico de América latina», dijo. Desde la Cancillería brasileña enseguida se dejó trascender que nuestra región, con problemas propios, no necesitaba de un Chávez «importador» de otros conflictos. Un circunloquio para referirse a trasladar una supuesta Guerra Fría entre EE.UU. y Rusia a Sudamérica.
Por si cabía alguna duda, Itamaraty reforzó el concepto en un «off» que publicó «O Estado de Sao Paulo»: la región no será el «escenario de una nueva Guerra Fría: si no queremos a los norteamericanos (en referencia a la IV Flota que navega frente a las costas de Centro y Sudamérica), tampoco a los rusos (cuya flota del Artico ayer soltó amarras rumbo a aguas caribeñas para hacer ejercicios conjuntos con la Armada venezolana)» . Más allá de lo coyuntural, «guerra» y «economía» son las dos palabras clave en esta discusión en curso entre Caracas y Brasilia. Venezuela ya adquirió armamento ruso por u$s 4.000 millones (24 cazas Sukhoi 30-MK2, 53 helicópteros MI 35M y 3 MI-26T, 100.000 fusiles Kalashnikov), y estaría por concretar en la visita de Chávez a Moscú de esta semana la compra de sistemas antiaéreos, vehículos blindados -incluido el BMP-3 de transporte de tropas- y aviones de combate Su-35 a fabricarse en 2010. Pero Brasil también tiene sus propios contratos de defensa con los rusos. En abril firmó con ellos un convenio de cooperación tecnológica en industria bélica que contempla el desarrollo de un vehículo para el lanzamiento de satélites y el uso pacífico de energía nuclear. Hasta ahora, Moscú busca molestar a Washington meneándole el crucero nuclear Pedro el Grande, que desde ayer navega hacia el Caribe, o los dos aviones Tupolev TU-160 que operaron durante una semana en Venezuela. O controlando el narcotráfico en Bolivia, después de que Morales echara a la DEA y al embajador norteamericano. Mientras tanto, Chávez pareciera querer mostrarse como «peón» de una Rusia a la que EE.UU., según «The Economist», todavía no toma del todo en serio y a la que aun trata como potencia convaleciente. Es en este peligroso juego estratégico que busca instalarse en la región, donde Brasil puede ver deshecho su contrato con la Federación Rusa, uno de los pocos países dispuestos a transferir tecnología al momento de vender material bélico.
http://www.analitica.com/va/internacionales/opinion/1970550.asp
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