Por Emilio Nouel V
Así es como la prensa denomina la forma de solución de las diferencias entre hampones: “ajuste de cuentas”. Y no es muy diferente al espectáculo bochornoso y repugnante que estamos presenciando en el estado Carabobo, entre las distintas bandas criminales que están detrás del poder.
Si lo que cada una dice de la otra es verdad, y así pareciera, todas deberían ir derecho a la cárcel. El variopinto conjunto de delitos que, dicen, ha cometido cada banda, según lo reseña la prensa, es para coger palco.
Nunca antes la política venezolana había llegado a estos extremos de podredumbre y degradación. Ni siquiera en las épocas más oscuras de nuestra historia. Nos estamos pareciendo mucho a la Rusia autoritaria, en la que gobiernan monstruosas mafias provenientes de la descomposición del comunismo.
A la corrupción administrativa desbordada en las distintas esferas gubernamentales (PDVSA, Ministerios, gobernaciones, alcaldías, financiamiento de campañas electorales nacionales e internacionales, etc), se suman ahora acusaciones de narcotráfico, lavado de dinero y homicidios por encargo.
¿Por qué entonces extrañarnos de las denuncias espeluznantes que acaba de formular el ex fiscal Hernando Contreras acerca del asesinato de Danilo Anderson, si lo que vemos en Carabobo no es otra cosa que un ajuste de cuentas entre malandros de la política? Cada día que pasa la descomposición moral y política de los que malgobiernan nuestro país se evidencia de la forma más brutal. Estamos a merced de delincuentes sin escrúpulos que utilizan el poder para enseñorearse por sobre la mayoría de los ciudadanos que sólo aspiran a trabajar en paz y en armonía.
En un país civilizado ya estarían funcionando los distintos organismos públicos encargados de velar por el Estado de Derecho y su vigencia. Pero conocemos cuáles oprobiosas circunstancias padecemos. No tenemos Fiscalía, ni Contraloría, ni Defensoría del pueblo a las que recurrir. Los jueces probos y valientes desaparecieron; todos están al servicio del autócrata.
Ante tales desafueros, que ponen en peligro la estabilidad y la paz de la República, la Venezuela decente y democrática sólo tiene las armas de la voz, la protesta y el voto.
La palabra y el voto los tiene la mayoría. No vacilemos en usarlos. No dejemos que los delincuentes determinen nuestro porvenir.
Si lo que cada una dice de la otra es verdad, y así pareciera, todas deberían ir derecho a la cárcel. El variopinto conjunto de delitos que, dicen, ha cometido cada banda, según lo reseña la prensa, es para coger palco.
Nunca antes la política venezolana había llegado a estos extremos de podredumbre y degradación. Ni siquiera en las épocas más oscuras de nuestra historia. Nos estamos pareciendo mucho a la Rusia autoritaria, en la que gobiernan monstruosas mafias provenientes de la descomposición del comunismo.
A la corrupción administrativa desbordada en las distintas esferas gubernamentales (PDVSA, Ministerios, gobernaciones, alcaldías, financiamiento de campañas electorales nacionales e internacionales, etc), se suman ahora acusaciones de narcotráfico, lavado de dinero y homicidios por encargo.
¿Por qué entonces extrañarnos de las denuncias espeluznantes que acaba de formular el ex fiscal Hernando Contreras acerca del asesinato de Danilo Anderson, si lo que vemos en Carabobo no es otra cosa que un ajuste de cuentas entre malandros de la política? Cada día que pasa la descomposición moral y política de los que malgobiernan nuestro país se evidencia de la forma más brutal. Estamos a merced de delincuentes sin escrúpulos que utilizan el poder para enseñorearse por sobre la mayoría de los ciudadanos que sólo aspiran a trabajar en paz y en armonía.
En un país civilizado ya estarían funcionando los distintos organismos públicos encargados de velar por el Estado de Derecho y su vigencia. Pero conocemos cuáles oprobiosas circunstancias padecemos. No tenemos Fiscalía, ni Contraloría, ni Defensoría del pueblo a las que recurrir. Los jueces probos y valientes desaparecieron; todos están al servicio del autócrata.
Ante tales desafueros, que ponen en peligro la estabilidad y la paz de la República, la Venezuela decente y democrática sólo tiene las armas de la voz, la protesta y el voto.
La palabra y el voto los tiene la mayoría. No vacilemos en usarlos. No dejemos que los delincuentes determinen nuestro porvenir.
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