lunes, 17 de noviembre de 2008

Campaña en tanque de guerra

Por Freddy Lepage

Después de ver y escuchar los mitines de Chávez (él es el candidato) en el Zulia, Barinas, Sucre, Carabobo, Trujillo y otros estados, por VTV, algún desprevenido visitante del exterior se preguntaría: ¿dónde estoy? ¿En un país democrático? o, más bien en algún extraño lugar del planeta, en el cual, el empleo del lenguaje bélico no tiene límites, ni hace concesiones. Pues bien, esta es la Venezuela de Chávez. Esta es la patria del sospechoso socialismo humanista, cristiano, centralizado. Pero, disquisiciones aparte, estamos a escasos días del 23 de noviembre. Fecha fatal que, por supuesto, tiene al teniente coronel fuera de sí, desquiciado por completo. Se sabe perdido en varios estados y alcaldías. Para su mala suerte, un gran número de ellos se cuentan entre los más importantes en población y, por ende, en peso electoral. Una derrota en estas circunscripciones, evaporaría su vesánica obsesión de mantener bajo la férrea bota autocrática a los venezolanos, hasta quién sabe...

Por eso se exaspera, reta, coacciona, insulta a diestra y siniestra. En una época, estas exuberancias le dieron buenos resultados (freír las cabezas de los adecos, meter presos a todos los corruptos, etc.). Ahora, las circunstancias son distintas. Todas las inoculaciones de resentimiento, violencia y odio (luego de 10 años de promesas incumplidas, demagogia y populismo, sustraídos de la derruida quincallería barata de la izquierda trasnochada), han perdido el efecto deseado. No han calado. Buena parte de la sociedad, a pesar de la insistencia, ha permeado esa baratija retórica. La polarización de hoy es mucho menor que la de años anteriores.

Chávez, se topa con un pueblo más consciente, inmune, que, todavía en silencio, resiente su falta de honestidad, al querer endosarle su visión castrista de la política. Aunque sí reclama, por medio de la protesta cívica diaria, el incumplimiento de la deuda con los más pobres. La inconsecuencia con los cacareados compromisos sociales e “ideológicos” de la revolución bolivariana, convertida en vulgar instrumento de sus desmedidas ambiciones de poder.

Ahora bien, todo lo sucedido muestra, descarnadamente, a un militar obsesionado por la silla de Miraflores, depositario de una oscura visión militarista (en la peor acepción del vocablo) de los procesos políticos y electorales, que, en aprietos, trata de asustar con el perverso arsenal de la guerra militar, de la fuerza bruta más primitiva y cruel. De sus palabras no queda otra interpretación… Al tiempo que me imagino, transido de democracia y pluralismo, al comandante en Jefe, apostándoselas todas, “valientemente”, al frente de una columna de tanques (al mejor estilo de los sátrapas del Kremlin rojo, en Praga, para terminar de imponer el modelo soviético estalinista, en 1969), entrando a paso de vencedores en las regiones ganadas por la oposición, para pulverizar a los herejes, reflexiono: ¿El caudillo desvaría? Y, me respondo a la vez: sí, desvaría, frente el altar del Estado autoritario-hegemónico.

Sin embargo del dicho al hecho hay mucho trecho. El emperador está desnudo. El sabor amargo del fracaso le dispara los nervios. El culillo circula por sus venas. La desesperación lo desborda. No obstante las amenazas, de tanto proferirlas se desgastan, pierden el poder de atemorizar a la ciudadanía. Se convierten en lugar común, en pura paja. El antídoto contra tanta vocinglería y prepotencia, es salir a votar masivamente, para acabar, de una vez por todas, con la intimidación, la extorsión, el chantaje. Basta de jugar con los sentimientos de la gente. ¿Quién dijo miedo?...

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